Saturday, March 20, 2010

La Escuela Colombia




Por Alfredo García

Pese a que las autoridades decidieron cambiarle el nombre de Escuela Colombia por el del prócer de La Restauración Benigno Filomeno de Rojas, salvo en los círculos oficiales, el resto de la sociedad santiaguera decidió ignorarlo, bien sea por costumbre o desacuerdo, y siguió llamándola por su antiguo nombre de la república sudamericana.

La Escuela Colombia, ubicada en el corazón de lo que hoy se conoce como “casco urbano” de Santiago de los Caballeros, en un ambiente nominal totalmente patriótico y acorde con el pasado del dueño de su nombre oficial: su parte frontal daba a la calle Benito Monción, frente a la Catedral Santiago Apóstol; su parte trasera limitaba con los patios de casas familiares que daban el frente a la avenida General López; de Oeste a Este se encontraba entre las calles 27 de febrero (hoy Boy Scout) y la 16 de agosto, frente a la calle Duvergé.

Esta institución educativa era una especie de escuela interbarrial, albergando en su seno estudiantes de casi todas las barriadas del área metropolitana y zonas aledañas de la ciudad y hasta algunos parajes suburbanos. No obstante esto, el plantel no era muy espacioso, era más bien mediano.

Su fachada lucía ser como la unión de tres rectángulos de igual longitud y ancho, semejante a una herradura. Al frente tenía una explanada que se utilizaba para poner en filas al alumnado antes de su entrada al edificio para recibir docencia. Allí se encontraba el asta en el cual, mientras se entonaba el “Himno a la escuela”, se izaba la bandera nacional.

Con sus dos niveles, la escuela Colombia estaba dividida en aproximadamente 20 aulas, la dirección diurna, la nocturna (del liceo Salvador Cucurullo), un cuarto inmenso totalmente vacío que fungía como “Salón de Actos”, un cuartucho usado como “cafetería”, la modesta biblioteca, los nauseabundos y destartalados baños y, en sus últimos años, un cuarto en el que los estudiantes de odontología de la PUCMyM jugaban con los “infelices” estudiantes a ser dentistas.

El patio era escaso pero acogedor. Al fondo había unas frondosas matas de limoncillo; al Oeste un callejón con algunos arbustos que casi siempre estaba solitario, lugar preferido de los enamorados; al Este se encontraba “el bebedero”; un muro de cemento de aproximadamente dos metros de ancho por metro y medio de alto, sobre el cual reposaba un tubo metálico con más o menos diez orificios de los cuales fluía un chorro de agua “fresca y cristalina”, por acceder a la cual, se agolpaba la muchachería entre gritos y empujones.

La heterogénea composición social del estudiantado de La Escuela Colombia, que iba desde la clase media baja hasta la “baja y media”, era el motivo de que durante el recreo, se formaran numerosos grupos de estudiantes según el barrio de su procedencia, salvo el caso de algunos “vende patria” que no tenían problemas en hacer amistad con cualquier persona de su agrado. Con frecuencia, esta “xenofobia” precoz basada en el fanatismo barrial, provocaba que una simple discusión entre dos individuos de barriadas diferentes, degeneraran en trifulcas mayúsculas con decenas de involucrados, las cuales eran disueltas invariablemente por la firme voz de la Directora, quien utilizaba como vehículo para imponer el orden, las insufribles bocinas de la escuela, llamando a la dirección a los protagonistas de las riñas.

Las sanciones y amonestaciones de la directora, eran por lo general infructuosas, pues no bien salían de la dirección, los noveles pugilistas se estaban desafiando para un nuevo combate, casi siempre con la clásica expresión: “Nos vemos a la salida…” Entonces eran los alrededores de la escuela el nuevo campo de batalla, habitualmente, el Parque Duarte o las inmediaciones del puente Hermanos Patiño. Por lo general, servía de espectadora de la pelea, aproximadamente la mitad del alumnado de de La Colombia, hasta que algún maestro poco apresurado o los mismos transeúntes detenían el pleito, con su saldo de moretones, mordiscos, arañazos y la vocinglería de obscenidades impublicables.

A veces las riñas no adquirían carácter multibarrial, pues se originaba entre los estudiantes de la misma barriada, casi siempre por la forma violenta como se practicaban los juegos: “Libertad” o “Gavilán pollero”; pero la más original era aquella que sólo se producían los días lluviosos, pues al fondo del patio se formaba un inmenso charco de agua, entonces se colocaban grupos de estudiantes de ambos lados del pozo, lanzando piedras que hacían saltar el agua llena de lodo y manchaba los uniformes de sus contrarios, hasta que alguno “cogía la cuerda” y armaba el pleito revolcándose con su agresor en el fango, ante la risa y bulla de sus compañeros de juego.

Pero la Escuela Colombia no era sólo el escenario donde los más aguerridos “tigueritos” de nuestras barriadas demostraban a puñetazos su “virilidad”, también fue el jardín donde florecieron idilios de todos los calibres, desde las fugaces aventurillas en busca de las primicias del placer carnal, hasta los kilométricos y cuasi eternos, como los de mi amigo Freddy Méndez (El chino), quien después de algo más de una década de accidentados amoríos, finalmente se casó con su novia de sexto curso, siendo ésta ya graduada de sus estudios universitarios.

Después del recreo y la salida, para el estudiantado de La Colombia no había nada más esperado y placentero que el tiempo de los exámenes, mas no por su afán de demostrar con orgullo los conocimientos adquiridos, si no porque, la estratégica ubicación de la escuela se prestaba para todo tipo de aventuras: concluidos los exámenes, los alumnos disponían de tiempo suficiente para dar rienda suelta a su avidez de conocer la vida. Una franja mayoritaria, compuesta casi exclusivamente por las féminas, gustaba de pasearse por las principales calles comerciales de Santiago, observando las vitrinas de las tiendas; otros preferían saciar su curiosidad visitando lugares históricos como: el Museo de la Villa de Santiago, situado a escasos pasos de la escuela en el Palacio Consistorial; el Museo del Tabaco; o lugares importantes como el Centro de la Cultura; el Club Santiago; el Centro de Recreo; Archivo Histórico, entre otros. También había quienes preferían quedarse en el Parque Duarte, jugando o contando cuentos y chistes entre amigos y parroquianos, pero había otros tantos, de mente más madura y algo de malicia que aprovechaban el tiempo libre para “ir a quemar” con sus noviecitas, casi siempre al interior de la Catedral Santiago Apóstol, el a esas horas desierto centro de la Cultura o, el más macabro de todos: Cementerio de la calle 30 de marzo.

Mas en la Colombia no sólo se cultivaba la virilidad a golpe de puñetazos, la aventura con su secuela de correazos y halones de orejas, o la delicia afectiva y carnal de los primeros amoríos, también brotaba como de una fuente de agua cristalina, la amistad a prueba de tiempo, distancia y evolución a la madurez. Aún se conservan amistades que la tienen como punto de referencia en sus conversaciones, de las cuales sería imposible excluir personajes como : Doña Italia Mendoza, la dulce y comprensiva profesora de Español, de séptimo grado; el Profesor “Papo”, bebedor empedernido a quien nos complacíamos en “darle cuerda” y burlarnos de su apariencia estrafalaria, y de manera especial, a la “mala de la película”: Doña Zenaida, profesora de Ciencias Naturales, capaz de hacer temblar a cualquiera con su sola mirada.

En sus año finales de funcionamiento en su propio edificio (después operó algún tiempo en las tardes en el local del Colegio Santa Ana), la Escuela Colombia fue transformándose: una generación más sumisa y menos peleonera, pero más enamoradiza, hizo suyos los pasillos, patios y aulas de la institución educativa, logrando sin la coerción de nadie, lo que no pudo con su férrea personalidad su antepenúltima directora; hasta que uno de uno de los tantos proyectos descabellados de los últimos gobiernos balagueristas, decidió la eliminación de dicha institución, para convertir su edificio en un Liceo Musical, como parte de la Plaza de la Cultura se Santiago.

La Escuela Colombia, tal y como fue tradicionalmente, ya no existe. Terminó con la generación de la que formé parte y que egresó en 1988; mas, los que pasamos por sus aulas, hoy miramos hacia atrás agradecidos y con una sonrisa sincera, a esa cómplice fiel de nuestros primeros años de adolescencia.

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